ALI OMAR GOES BIZARRE

La única ventaja que tiene el acceso ilimitado a música en internet es la posibilidad de desvarío sin lamentar económicamente las consecuencias. Cuando la inculturación del hip-hop, la única que permanece furiosa, me parece demasiado masiva, cuando quiero dar un respiro al rap francés de banlieu (IAM, Sniper), a los pioneros del rap galaico (Dios ke te Crew) o a los ya míticos MCs palestinos (DAM), entonces se abren las puertas de la perdición.
Descubro a un desquiciado Muslimgauze que grabó más de 80 discos conceptuales de música electrónica a la gloria de todas las causas islámicas imaginables (Hamas Cinema Gaza Strip; Vote for Hezbollah; Salaam Alekum, bastard...); me convierto en adicto a las bandas sonoras en las que ¡Jackie Chan canta! (pero todavía no a sus infumables discos de pop cantonés); viajo en el autobús imbuído por los Soldiers of Allah (cutrísimo pero entrañable grupo de rap muyahid de Milwakee). Ya no hay freno, llega el momento del hip-hop aymara de Bolivia (Wayna Rap), del punk-rock nacional-bolchevique siberiano (fantásticos Grazhdanskaya Oborona) o del doom metal sinfónico libanés presumiblemente greco-católico (Kimaera), hasta que la salud mental que me queda dice basta y se va a buscar a la estantería el balsámico Fillmore East de los Allman Brothers. Intento sugestionarme creyendo que he vuelto a la cotidianidad, pero no. Incluso mi inaltarable talibanismo musical ha saltado por los aires sin remedio. La tecnología me hizo a traición pagar el precio. Cualquier día de estos acabaré con Los Chichos en el discman y un mp3 de Camilo Sesto de repuesto...