miércoles, 28 de marzo de 2007

DE CRÍTICAS Y OTROS FRESCORES

No hay nada que me dé más asco que alguien que afirme practicar la "crítica constructiva". Eso no se llama crítica, en el mejor de los casos se le puede denominar aportación, alegaciones; en el peor de ellos, no se trata sino de decir cualquier cosa para que se note lo listo que soy, comer pollas, figurar, ganarse el status arbitrario de ser pensante...
La estructura del propio acto comunicativo, que no deja de constituir un ejercicio vertical de poder social en la mayor parte de las situaciones, está hecha a la medida de este tipo de "crítica constructiva", necesaria para el correcto funcionamiento del sistema, al construirse como el lugar reservado para simbolizar (opresivamente) una democracia imaginaria, sometida a códigos y reglas que la convierten en su antítesis. La supuesta crítica se transforma en uno de los más brillantes complementos o accesorios del poder, unos fuegos de artificio bastante cutres, pero al fin y al cabo efectivos. Cuando esta "crítica constructiva" nos rodea, entonces sólo puede alzarse el silencio como crítica.
Roland Barthes, desde el fracaso del intento de destrucción de los códigos del sistema, propuso alterarlos, cortocircuitarlos. Ambas vías permanecen como válidas: la crítica destructiva (la única real), y su variante, la crítica (de)constructiva. Derrida, en una frase que molestó a casi todo el mundo, pontificó que la deconstrucción era una forma terrorista de marxismo. Así quedó establecido para una posteridad que no deja de maltratar a Derrida y a todos a los que, incluso sin saberlo, actúan como marxistas derridianos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Alfrothul

*=o)

A.O. dijo...

Por supuesto, el mantra "y otros frescores" tiene denominacion de origen del camarada Alfrothul, mi budista favorito.