Piensa en inclusividad, piensa en thrash metal, quizá no sea un lema muy persuasivo, aunque el thrash de la Bay Area sí tuviese una agenda social, o lo que sería una agenda social si esos grandes zarrapastrosos gastasen agendas. Tuvo pues inquietudes sociales, bastante más profundas de las imaginadas, tratándose de un género completamente carente de fantasía. Antitético a la ficción, puesto que la velocidad autoimpuesta no permitía vacilaciones ni fabulaciones.
A pesar de eso, al contrario de uno de sus predecesores el punk-rock, lo cierto es que el thrash metal exhibía escasa diversidad. Salvo por Znowhite, el poco reivindicado combo de Chicago formado por una cantante mujer y varios músicos negros. Mucho más que una rareza exótica, de ellos suele destacarse su último álbum, el más pulido de los tres que llegaron a grabar. Sin embargo, su debut, próximo al hardcore, más crudo y espontáneo, menos técnico, nos sitúa felizmente en los albores de un estilo naciente.
Porque la construcción del thrash fue un esfuerzo colectivo desde muchos vértices, y Znowhite aportaron más que pluralidad, aportaron sonido. Ese sonido que nos incita a cubrir a todos los actores de una buena historia. De una epopeya. Aunque sus surcos se perdiesen en los sumideros de la gran ciudad. Allí donde yacen los mejores relatos, en el pasto del olvido de lo que sí ocurrió.
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