Son las tres de la mañana y no sintonizo a los Stones, ni los viejos blues del queridísimo Eric Burdon, como laudaban los Burning que tan bien homenajeaba el Camarada V. que nos guía, guitarra acústica al ristre y Chucho en el corazón, el tejido de la felicidad, amigo, el tejido de la felicidad que se nos escapó, que se nos destejió, si Fernando Alfaro nos permite.
Son las tres de la mañana y escucho a una banda danesa en un disco que me quedé con las ganas de escuchar en 1993, y por qué no ahora, en esta noche triste en la que por mi cara asoma el ictus, en esta noche aciaga de levedad en la que no hay trabajo, no hay futuro, no hay tampoco no-futuro y no hay presente que no sea esperar a que nos atrapen, nos derriben, nos enfermen, nos hambreen y nos mueran.
Hay una huelga en Colombia contra la subida de impuestos, Iva al 19% para los alimentos, y yo recupero ese verbo, hambrear, recuerdo las revueltas del pan, ineludibles respuestas, ya no hay ineludibles respuestas y en el Estado Español, el Iva de las mascarillas está en el 21%.
La banda danesa sigue en su empeño de hacer que su disco, que hace alusión al riesgo del hard hard rock de otrora, me guste. La sección rítmica recorre los mástiles, trato de olvidarme de la parálisis que está recorriendo mi rostro, los médicos cerrados, el país cerrado, a medio gas, para que no se note, el colapso que ya está aquí, igual que no se nota cómo me derrumbo, el disco se pone melódico, el reloj amaga con despistarme, la soledad no molesta, la oscuridad no ciega, los anuncios de internet dicen que a mi cabeza le irá mal.
¿Y qué si le irá mal? Si esta fuese mi última noche, diría que fui perdiendo facultades, que fui perdiendo el pulso de la tierra, pero que no cedí, que ni siquiera dejando de ser yo cedí.
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