De pequeño alternaba con la mayor naturalidad a Quilapayun con Sepultura, a Inti Illimani con Napalm Death, a Víctor Jara con Fear Factory, a Soledad Bravo y Carlos Puebla con Johnny Winter, Manowar o Run DMC. Por eso, cuando el "Boom Boom" de John Lee Hooker puede darse en la noche mojada, de camino a la fábrica donde trabajaba Manuel, y el poeta Ho Chi Mihn reividica el derecho de vivir en paz entre Roots, bloody roots, hay un montón de letras que irán contigo independientemente de los saltos al vacío musicales que hayas dado para hacer esa aleación en la cabeza.
En ese sentido, no creo que haya dos grupos de los que me sepa más canciones de memoria que Quilapayun e Inti Illimani, y por eso, seguí con estupor su trayectoria paralela tardía en la que, desaparecido Pinochet aunque no su sombra, ambas bandas se dividieron en dos facciones que se disputaban el nombre. Igual que eran hitos en la memoria, ambos conjuntos se batallaron como marcas, y eso fue lo más reseñable y premonitorio de la cuestión. Más abracadabrante todavía, que en ese descarnado asalto a la propiedad, interviniese el Partido Comunista, conjuntando sin escrúpulo alguno control político con negocio. Intervino, naturalmente, en contra de los miembros históricos y a favor de los apparatchicks del folk. Los que poco menos que habían hecho carrera tocando palmas.
El primer pleito fue el de Quilapayun. Tras el plebiscito, unos vuelven a Chile y otros se quedan en Francia, donde se había radicado el grupo durante el exilio. Las divergencias van acentuándose hasta que llega un momento en que hay más miembros históricos fuera de Quilapayun que dentro. Reconstruyen Quilapayun, pero se encuentran con que la facción francesa ha registrado la marca como propia. Coexisten dos formaciones que tocan bajo la denominación del grupo, los tribunales arrecian y finalmente los miembros históricos recuperan poco a poco sus derechos, a pesar de que el Partido Comunista promociona a los rivales, y que ambos realizan homenajes separados a Salvador Allende. Hoy, Quilapayun es Quilapayun de nuevo, aunque, en un guiño al futuro que no querían, lo es como marca que legar en herencia o que monetizar, ya que la trayectoria artística de los titanes de la música tradicional chilena está cercana a culminarse. Al menos, morirán bajo su bandera. Con sus instrumentos en la mano.
Y, si el pleito por Quilapayun comenzó en 2002 y se sustanció en 2020, el pleito por Inti Illimani comenzó en 2004 y está todavía pendiente de restitución, si ésta llega a lograrse. En este caso, un origen similar se suma a un desarrollo más taimado, porque el muro de los derechos de propiedad se alza impenetrable. Una vez retornados del exilio, los seis miembros del grupo registran una sociedad para gestionar la marca en Chile. Con el tiempo, los tres principales componentes se ven fuera, la sociedad inoperante por el empate y, además, se encuentran con que la marca internacional ha sido registrada a sus espaldas. Siguen tocando, bajo el nombre de Inti Illimani Histórico. Un laudo arbitral en Chile les restituye parcialmente los derechos y establece que sus oponentes deben rebautizarse como Inti Illimani Nuevo, ya que ambas facciones son poseedores de derechos hasta que no se termine el proceso. La Facción nueva incumple el laudo en Chile y adicionalmente detenta los derechos internacionales en exclusiva. En el homenaje a Salvador Allende y demás actos conmemorativos del periodo, las luchas de Quilapayun e Inti Illimani convergen. Podemos ver por una parte a Inti Illimani histórico y Quilapayun histórico, compitiendo con Inti Illimani nuevo y Quilapayun usurpado. Toda una epopeya de memoria histórica en directo, batallante, todo lo contrario de museística o muerta. Porque la memoria histórica es un proceso que no tiene fin. Y con Inti Illimani histórico, Venceremos. Contra los mercaderes de la memoria, Venceremos dos veces.
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