Primero viví. Transité algunas de las estancias del paraíso y los círculos exhaustivos del infierno. Después negué mi existencia. Mientras la negaba, quedaba abierta la posibilidad de la vida. Era una retorcida forma de esperanza. Aún esperanza involuntaria, boicoteada, atenta a la inminencia de la catástrofe y sus periódicos efectos.
Ahora, me dedico a fingir la existencia. Me dejo ver en las redes, hago que tengo alguna actividad... Me muevo para así no oler el hedor de mi cadáver. Pero no me muevo.
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