Vivir en Madrid implica no hacerse preguntas, no reflexionar acerca de la motivación del comportamiento de los otros en cuanto a las interacciones que me tocan, por lo demás escasas, dado que, tal como nos ilustró Maquiavelo, "de la crueldad, la mínima posible". De esta forma, no hay que analizar si hacen lo que hacen porque son así de imbéciles de fábrica, atesoran un tipo de trastorno aún ignoto, están drogados, tienen algún interés que se me escapa o si se trata de franquistas del PSOE y eso alcance a explicarlo. No, sólo tengo que repetir dos veces "estoy en Madrid", y no hay más que discernir. A mí este sencillo truco que recomiendo a todo el mundo me funciona bastante bien ex post, pero por mucho que lo intente, en el momento preciso en el que está ocurriendo únicamente puedo expresar incredulidad. Y no consigo que se pase la incredulidad reiterada, vivir en Madrid.
Evidentemente, hay excepciones, como el dueño del bar de enfrente que simpatiza con el PP (aunque odia a este Gobierno algo menos que yo), o los chinos de la tienda de al lado que me sonríen porque soy un gran cliente y así es como deberían funcionar las cosas en un país normal, al margen de la afinidad natural de los gallegos con los modelos de economía familiar que no tengo que contarles porque ya lo saben. No se imaginan lo mucho que contribuyen a mi estabilidad mental, lo mucho que los necesito. Y los quiero.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
me apunto al primer viaje de ida a la Luna.
Juan Sin Coche
Publicar un comentario