sábado, 3 de noviembre de 2018

SU TABACO, GRACIAS

Leo el libro de David Peace que hace que el fútbol parezca un episodio de Mad Men y recuerdo cuando se fumaba en los aviones, cuando se fumaba en los autobuses, cuando los bares estaban cubiertos de una cortina de humo. Recuerdo que nunca me interesó el tabaco por sí mismo, por su sabor que nunca llegó a gustarme, sino el humo, aún en los ojos, aún lastimando la garganta que en un raro y abrupto movimiento lo expulsaba. El humo como acompañamiento de mi existencialismo feroz. Y el cigarro como medida del tiempo, como hermano siamés de mis nervios, a veces alimentándolos, a veces dándoles una palmadita en el hombro.
Hace años que no fumo. Me costó y me dio graves avisos. No lo he echado de menos. Suelo estar orgulloso de ya no fumar. Pero esta semana, sí he pensado largamente en los cigarrillos, el humo, en las cosas que se fueron, en que querría unos cuantos  cigarrillos antes de morirme, en que la desesperación, en mi caso, se sobrelleva fumando. Pero todavía no. Todavía no.

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