Anteriormente al diluvio, la relación con el entorno o era inmediata y directa, o era abstracta e imaginaria. No era de los dos tipos al mismo tiempo. No confundía categorías. Y hasta había sms, nodo50, lista de correo nuevo amanecer press, ejército zapatista de liberación nacional, sonic youth a raudales y desesperación en seattle y punk rock en escandinavia.
Los recursos materiales permitían sobrevivir y el entorno permitía vivir. Los problemas de salud mental eran comprensibles y se limitaban a la necesidad de la revolución.
Una década de mierda a la que desearíamos volver, igual que se desea el amor que no existe, un neoluddismo letrado y los tocadiscos a los que les faltan piezas. De los noventa surgió un mundo en lo que todo estaba mal ordenado, y por eso los enemigos de la civilización persiguen la agricultura en vez de romper tablets y quebrar pantallas, quebrar pantallas y cabezas, y no destruir los escasos rastros de lo real, de aquello que teníamos además de depresión en nuestra nirvanera década de cantantes mesiánicos muertos, crecimiento económico desigual y desatisfacción masiva.
Antinostalgia de los 90, antinostalgia mía que no nos venderán.
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