viernes, 16 de febrero de 2024

En busca del poeta anarquista

Hay constancia del nombre de Félix Paredes, de su paso por la prensa confederal y de su obra en versos. No se conoce su trayectoria posterior a la prisión, no se han reeditado sus poemarios, ni siquiera los de guerra, y apenas cuatro o cinco composiciones, no muy prometedoras, aparecen tras una minuciosa pesquisa virtual.

La nómina de la relación de la CNT con las letras resulta exigua: un periodista, Eduardo de Guzmán, un artista polifacético, Ramón Acín, un inclasificable que puso sobre su féretro los colores rojinegros, Fernando Fernán Gómez, y Félix Paredes, presente en las enciclopedias especializadas y en los romanceros, inverificable en la memoria práctica en un siglo con amplia y sesgada sobredosis de memoria. 

A primera vista, nos asombra que una organización y doctrina volcada en la educación, reverenciadora del libro y que hacía de él su estandarte, haya alfabetizado a tantos trabajadores y haya publicado tan poco. Aún más enigmática se vislumbra la escasa poesía producida en sus cotidianos frentes, cuando el tono lírico de su prosa se encarnaba de forma tan palpable, hasta en ocasiones atosigadora. 

Probablemente poner más poesía en el anarquismo habría sobrevenido redundante, y ya bastaba con el propio ideal, sin mayor dotación lírica para la lírica misma. Para la que corren malos tiempos y abundan golpes bajos, entregadas las siglas al reformismo y su pensamiento a la diaria estupidez burguesa. 

Sin embargo, estas líneas parten de una premisa falsa, o de la frustración de no haber encontrado más de Félix Paredes o de cualquiera de sus coetáneos. Una premisa falsa, porque basta con citar a Lucía Sánchez Saornil y comenzar de nuevo. Porque fue en ese territorio, en el que anarquismo y vanguardia se dieron la mano, desde el que hay que volver a esculcar, sin pleonasmo.  

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