domingo, 19 de abril de 2020

Sepúlveda

Iba a ser mi primer libro de verdad, mi primer libro no infantil. Pedí consejo en la librería y me recomendaron "Un viejo que lee novelas de amor". No me disgustó en absoluto. Compré los siguientes, hasta llegar a "Nombre de torero". Pleno de sentimentalismo rojo con aventuras y reflexión social. Lo leí más de diez veces. El personaje estaba inspirado, supe más tarde, en el detective de Arjouni. Disfruté a Arjouni, pero no era lo mismo. "Nombre de torero" alcanzaba un lugar que otros, más dotados, no pisaban. Sepúlveda se hacía querer.
Fui a verlo a una conferencia y me firmó. No un libro (nunca llevo libros a firmar), sino una petición. A favor del EZLN. Antes de que asaltásemos el Consulado de México y dejásemos allí la petición. Acción directa, con recogida de firmas incorporada.
Tuvo un montón de libros terriblemente malos, pero malos de no poder terminarlos o no pensar ni en conservarlos para no volverlos a abrir. Hasta que volvió a los personajes que lo habían representado, hasta que editó la segunda parte de "Nombre de torero": "El fin de la Historia". Lo leí en un viaje en tren. Me conmovió de aquella forma que lo hacía, y me alegró la dignidad de conseguir culminar bien las buenas historias. Seguro que lloré en el tren.
Finalmente, no se puede hablar de Sepúlveda sin hablar de sus fábulas de animales. La existencia de las criaturas depende de la acción del espíritu de Dios, dicen las religiones. O del talento del narrador, versado en guerrilla urbana, conocedor de la jungla y de los hombres que poblaron la tierra.

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