Por algún motivo demográfico y biográfico, quedamos proclamados como hijos del grunge. Estéticamente y vitalmente. Una escena no demasiado extensa. Con una curiosa predilección por el martirio. Que tomaba a Black Sabbath como punto de partida, sí, pero escapaba corriendo a otros lugares. Que se reconocía en el punk y era punk sin nada de punk. Que estalló con el fulgor del "que se hagan fuego las estrellas", que no dejó herederos. Que no hace que pienses en recuperar sus discos como el mejor plan para pasar la tarde aunque haga frío y llueva y no se te ocurra nada. Y tampoco hace falta, esos discos están dentro de ti quieras o no.
El grunge era punk y nos legó la actitud. La actitud que nos legó, supervivientes de los noventa, fue el desarraigo.
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