sábado, 11 de agosto de 2007

UN TÍBET LIBRE

Que nadie se confunda. Defiendo la liberación nacional, autodeterminación e independencia del pueblo tibetano. Pero, desde el día siguiente de la independencia, daría todo mi apoyo (moral, político y en su caso militar) a aquellas fuerzas que intentasen derrocar el presumible Gobierno del Dalai Lama. Por una cuestión de coherencia: Acabar con todos los gobiernos pro-imperialistas. Borrar de la faz de la tierra a los amigos de Bush, de entre los cuales la actual reencarnación del Dalai Lama ocupa un lugar prominente.
Hace años, unos monjes tibetanos vinieron a la Universidad Carlos III a dar una conferencia creo que hasta coorganizada por la A.U. Carlos Marx. Su discurso me sorprendió sobremanera. Unas personas sin duda imbuídas por una mística excepcional se dedicaron a la frivolidad, a las loas a la vida sencilla cual no hubiese existido Fray Luis de León, a la espiritualidad light made in Holywood, a comercializarse hasta la extenuación con el fin de ganar a un auditorio al que, supongo, tomaban por estúpidos (evidentemente son sabios: en su mayoría lo eran y se quedaron encantados). Y sí, me decepcionaron. Pero ese fue su proselitismo: una ideología postburguesa muy mediática. Congratulations.
Mi problema con la causa tibetana es de origen, de método, de desarrollo y de consecuencia.
De origen: Antes de ser conquistados a manos de la República Popular, los lamas eran feudalistas virulentos que esclavizaban a los campesinos tibetanos. El Presidente Mao los conquistó, arrasó las libertades nacionales del pueblo, si bien el nivel de explotación de la mayor parte de la población disminuyó. ¿Es un trade-off justo? ¡No lo es! Un pueblo que no se libera a sí mismo no es nada, por eso sus supuestos redentores no hacen sino condenarlos a la extinción. Feudalizados pero tibetanos, en vez de proletarios pero inexistentes. Mao no lo veía así; yo no lo comparto, pero tampoco lo condeno. Porque la colonización del Tibet, la llegada de miles de chinos han como colonos, tuvo lugar después de la muerte de Mao, bajo la égida de Deng Xiaoping, aquel gurú de Felipe González: "Gato negro, gato blanco, lo importante es que cace ratones".
De método: ¿Se trata de un Movimiento de Liberación Nacional o de una Iglesia Universal? Esa contradicción insoslayable, de lenguaje, de proceder, de comprender. Liberen el Tíbet y olvídense de nuestras almas. Liberen el Tíbet. Ahora.
De desarrollo: Los monjes son la vanguardia de la lucha de liberación tibetana. Correcto. Pero los monjes y monjas no tienen descendencia. Un suicidio colectivo de las ansias de liberación. Una paradoja antropológica.
De consecuencia: El Dalai Lama vende la liberación nacional en aras de una autonomía que sabe que nadie le va a ofrecer y que en todo caso resultaría inaplicable bajo un régimen colonizador. ¿Entonces para qué renuncia a la liberación nacional? ¿Para ser más moderado? ¿Para resultar simpático en sus reuniones con los grandes hombres de Estado que le tratan con deferencia? La liberación nacional no se vende, pero es que esta vez directamente se ha regalado.
Y por último, el agravio comparativo. Xinjang (Turquestán Oriental), donde el pueblo uigur, musulmán, ha sido salvajemente reprimido por China en la última década. Pero claro, estos son terroristas para todo el mundo. Parece que incluso para el Dalai, ay Dalai Lama.

Nota: Estas reflexiones fragmentarias critican la acción política del máximo dirigente tibetano y la espiritualidad mediática de algunos monjes. Pero Alí Omar manifiesta su máximo respeto por la enriquecedora mística profunda del pensamiento y del alma lamaísta (creación secular colectiva) y por las libertades nacionales que pertenecen al pueblo tibetano por derecho propio.

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