No conservo mi preciado ejemplar, cuyo relato histórico se me atragantó, permaneciendo de él mi fascinación por el lenguaje. Aún tengo otro recuerdo, de un Día da Patria en Compostela, en el que en la Alameda un señor con barba larga, silencioso como un mito y cuidado aspecto de filósofo griego recogía firmas en una mesa petitoria para enviar a Naciones Unidas. A pesar de tratarse de un día luminoso de julio, el recuerdo en sí resulta brumoso, como la imagen de un bardo que no canta y se queda en pie, aunque juraría que estaba lógicamente sentado.
Una búsqueda rápida en internet me da otros datos de su recorrido personal. Trabajador despedido de los astilleros ferrolanos, fue juzgado por retener en su despacho a un jefe en una protesta. Más adelante profesor interino, recibió dos expedientes disciplinarios. A alguno de los documentos respondió a la Administración en la ortografía histórica lusista de nuestro idioma, lo que llevó a otro proceso contencioso administrativo sobre lengua, población y poder político. Así pues, profesionalmente aparece identificado como obrero metalúrgico, profesor, reintegracionista lingüístico, reintegracionista político y revolucionario cuasiprofesional, dado que ejerció esta cualidad, que podemos llamar virtud, en todas sus profesiones.
Ya en los últimos años, aparece un expediente de desahucio de domicilio, un arresto en una protesta, y la expulsión como público de un pleno municipal, en el que habría gritado al alcalde de su ciudad, socialoportunista de la peor especie: "Tirano, dictador, continúas riendo".
Las leyes de la nueva ficción que consiste en tomar la realidad para crear fantasía, deformando los límites entre ambas, me permitiría crear a partir de aquí una novela. Pero no necesito más ficción, ni más realidad, ni más fantasía. A veces, se llega más lejos con las armas de la descripción, y son sus afiladas aristas y su imperturbable tesón por lo que quiero que me acompañen.
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