Estaba muy enfadado pero ya solo estoy cansado, sobreviviendo una semana más. La semana del colapso económico, la imposibilidad del futuro y la publicación en el BOE de la destrucción de la educación.
Hay un fenómeno análogo a conseguir que los alumnos tengan los menores conocimientos posibles, en el propósito ideal de un plan que por fin se comienza a ver que comenzó hace mucho tiempo, exactamente cuando yo lo denuncié, con Zapatero expropiando el saber. Con las fuerzas oscuras que allí habitaban, en el lugar de los Gobiernos donde se hace algo más importante que obtener ocasionalmente dinero ilícito, fundar regímenes en los que obtener dinero ilícito perpetuo.
¿Fuerzas oscuras? ¿Conspiraciones? Fuerzas oscuras porque donde no se busca el conocimiento, moran las tinieblas. O así pensaba al menos el Renacimiento.
Es temerario no suponer que el desplome económico para todos -menos para los que lo favorecen- no coincide por azar con el asalto a los currículos. O asalto bimodal a la razón, por irnos a Lukacs.
Ahora bien, se dice: de la letra al hecho hay un trecho. O de la formulación de políticas a su implementación. Efectivamente, garantizar la implementación implica una guerra de desgaste contra el fatigado espíritu de la educación pública, aquel que provenía de la horizontalidad del claustro, la igualdad de los funcionarios entre sí y la renovación pedagógica inconclusa de los setenta.
Y he aquí la cuestión, una cuestión fantástica. Necesitan destruir la educación porque fue uno de los pilares del "régimen del 78". Porque la forma más segura de garantizar el éxito de un cambio de régimen es la educación.
Llegamos finalmente a la última derivada. Si se quiere que los alumnos no tengan ningún conocimiento, el método perfecto para ello es que los profesores no tengan ningún conocimiento. Y en eso están, tratando de que los profesores del futuro carezcan por completo de conocimiento alguno, y en eso estoy, a golpes con ellos y buscándome problemas.
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