domingo, 28 de septiembre de 2008

JAVIER CLEMENTE

Los domingos toca ver fútbol. Si el partido es una absurda sucesión de balonazos a las nubes, entonces la experiencia acaba en una inevitable morriña de los tiempos en que eso no era aburrido.
Clemente convirtió la tosquedad primitiva de este deporte en una filosofía completa que provocaba fascinación por el abismo, por lo impredecible, sin vaciarlo de su simplicidad originaria. Esta filosofía se dirigía contra el elitismo, recuperando su componente popular; al mismo tiempo que transformaba el campo en el espacio para una guerra de guerrillas orientada por exigentes reglas morales y conjugada con una cierta expresividad espontaneísta.
Pero no se quedó en una filosofía, sino que, como praxis, alcanzó la grandeza de una obra de arte: con su plasticidad estética, su fidelidad a la promesa, su capacidad de crear fuera de los márgenes de la creatividad canónica enunciada por aquellos que monopolizan la producción del conocimiento: una obra de arte, inagotable, volcánicamente bella, sumamente extraña: una obra de arte.
Javier Clemente permanece todavía como un héroe del pueblo. Del pueblo vasco.

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