domingo, 6 de agosto de 2023

Crítica, violencia y palabras

En un artículo poco original, un crítico cultural se interroga sobre el estado de la crítica. Tras muchas reflexiones caducas sobre cómo la crítica se ha convertido en marketing, dice algo interesante: que la agresividad en la crítica está mal vista.

La agresividad está mal vista y se la denota con epítetos condenatorios no porque vivamos en un estado de cosas menos violento, sino porque el papel de fijar el bien y el mal mediante el ejercicio de la violencia ha cambiado, se ha transformado en menos democrático. La agresividad discursiva no ha dejado de estar permitida por la construcción de un ágora fraterna y dialógica, sino que está siendo monopolizada por el Estado, que ha expandido sus funciones hacia lo moral.

El Estado que surge de la encarnación de los intereses del capital global es un Estado moral, que no se basa en la asimetría de poder, sino en la dialéctica schmittiana hacia dentro, puesto que sin crecimiento económico los problemas dejan de ser de redistribución, sino de pertenencia. El capitalismo moral implica el monopolio coactivo de la agresividad discursiva por parte del Estado-Capital. Se afirma coactivo porque incluye la cancelación en sus dos variantes: selectiva y aleatoria. 

Frente a los cordones sanitarios, que vuelvan las armas de la crítica, la violencia democrática en las palabras, a cada cual según sus necesidades, de cada cual según sus capacidades.       

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