Recuerdo haber escarbado durante años hasta localizar un disco que Ozzy citó una vez como importante para ellos en aquellos tiempos, acreditado indistintamente como Black Mass o como Lucifer, concomitante con el experimentalismo electrónico oscuro. El disco, cuando consiguió ser deglutido, no trascendió de anécdota.
Con el auge del revisionismo y la ficción documental, se intentó dotar a los Sabbath de una escena -dos bandas coetáneas seguidoras-, y también de víctimas: Necromandus, saqueados y robados por quienes sí hicieron Historia. Tuvieron mala suerte, pero ni sus virtudes eran para tanto, ni sus reediciones superan la sospecha de haber aproximado su sonido remasterizado para, precisamente, homologarlo al de Black Sabbath. Operación comercial legítima, pero forzada.
Sin embargo, hay una influencia oculta, latente en Black Sabbath, que no ha sido nunca explicitada. El influjo de Ritchie Blackmore sobre Iommi, tan lejos y tan cerca ambos, los dos extremos del heavy metal naciente. Cuando Ozzy se fue, reclutan para su gran segunda época a Dio, que venía de Rainbow, de poder brillar sobre la creación portentosa de Ritchie Blackmore. En el desfile subsiguiente de cantantes, ¿cuáles son los que lo consiguen? Primero Gillan, con ese "Born Again", tan vilipendiado y reivindicado. Y después Glenn Hughes, para el discreto "Seventh Star", casi un disco en solitario de Iommi. Provenir de Deep Purple, el prerrequisito para grabar con Black Sabbath. El influjo no atendido de la no oscuridad, en las tinieblas.
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