A menudo invento nuevos conceptos que apunto cuidadosamente en pequeños trozos de papel. Milagrosamente no los pierdo, pero peco de ingenuidad suponiendo que con grabarlos a bolígrafo entre múltiples tachones les otorgo eternidad, me permito continuar un diálogo con ellos, me reservo la ilusión de darles desarrollo. Como no podría ser de otra forma, al cabo de unos meses encuentro estos amagos de notas y las miro con estupor, no por descubrirlas llenas del tonterías equivocadamente elevadas en el fragor de la batalla del momento, sino por resultarme del todo incomprensibles. ¿A qué se referían, cómo se moldeaba ese concepto que se fue? Y así sigo deslizándome en la pendiente de mi Chinese Democracy, remezclando átomos de pensamientos sin dejarlos nunca fluir.
Las ideas que se quieren conservar igualmente mueren en el olvido.
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