martes, 8 de octubre de 2024

Los Quireboys

No se recordará mucho, sepultados por el grunge a un lado del océano y por el brit pop al otro, que durante una época los Quireboys fueron muy grandes en Inglaterra. Una época breve: su disco debut. Cómo contenerse ante un artefacto que comenzaba: It´s seven o clock / time for a party

En aquella Inglaterra, de tanto en tanto alguien revivía a los Faces, y les tocó a los Quireboys -y a los Dogs d´Amour, buenos compinches- hacerlo en aquella generación. Spike y Tyla, los líderes de ambos, recorrieron juntos, en el declive comercial, que no musical, todos los bares, muchas veces como artistas, muchas más como clientes. En mayo pasado seguían en ello. 

Los Dogs d´Amour concatenaron cinco álbumes arrolladores antes de dejar de hablarse -y volver y volver a dejar de hablarse-. Los Quireboys ascendieron tanto con el primero, que no conseguían llegar al segundo. Aprovecharon la incapacidad transitoria para lanzar un denostado directo, solo ocho temas, donde reiteraban lo que ya sabíamos. Cuando arribó su excelente continuación, era tarde. El público había huido a deprimirse a Seattle o a extasiarse con la estupidez de Oasis.

Spike mantuvo a los Quireboys, pasando de tocar en estadios a tocar de pub en pub, con su alegría etílica característica, con la profundidad de su voz y su amor por el rock n roll. Su ya pequeña base de fans, no obstante, no declinó desde entonces, pues hemos ido escuchando casi todos sus discos, algunos de forma prominente. Hemos sufrido, también, con los vaivenes de su voz, dependiendo de su consumo de alcohol o cigarrillos de las semanas anteriores.

Y más hemos sufrido, por encima de todas las cosas, cuando el nombre de los Quireboys le fue arrebatado por sus músicos de apoyo, con solo un miembro original entre ellos. La respuesta de Spike fue una inmensa batalla moral. Tú, guitarrista rítmico, me robas el nombre, yo reúno a la banda original, todos los chicos menos tú, los saco del retiro, y a ver quién es más Quireboy de los dos. El segundo guitarrista se hizo de rogar pero claudicó. 

Entre medias una historia triste: Guy Bailey, que había desempolvado su sombrero para este legítimo duelo -el único legítimo, en el que se juega la identidad-, falleció. Una historia triste que es una historia bonita, ya que Guy Bailey murió estando en los Quireboys, con la banda original alzando el vuelo. Y grabando un disco que les hará justicia aunque no lo escuche nadie, y que los devolverá al furor de los bares. 

Lanzar un disco en directo, en 1990, con solo un álbum de estudio en su haber resultó entonces una decisión incompresible. Con perspectiva, el impresionante documento nos permite verlos dominando grandes estadios, nos permite tocar un breve espacio en el que el deseo no fue solo utopía. Tocar, porque ese sonido empapa las paredes y se hace físico cuando alargas tus manos, las llena de horizontes sin importarle que todo esté cerrado.  

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