Me estoy comiendo una pizza mientras pienso que mi vida no existe. El sudor me va corroyendo. Las lagartijas pueblan el muro blanco. De noche hablaré con ellas. Mejor no, no hablaré ni con las lagartijas.
Nos aislaron, nos cancelaron, acabaron con nosotros uno a uno. No hay posibilidad de acción colectiva, solo de acción colectiva de carácter jerárquico. Organizada para que una minoría mantenga el poder que ella misma se dio.
Hace mucho tiempo que no tengo ningún pensamiento interesante. Quizá desde aquel día que caminé por toda mi ciudad natal buscando un quiosco. Iba recordando dónde estaba cada cual y constatando su cierre. Después pensé que por qué no lo habían contado los periódicos locales. Dónde iban a contarlo. Finalmente, atestigüé que estaba viendo el fin de la cultura impresa. El fin de la cultura impresa. Ese debía haber sido el titular.
Pero me pierdo en pensamientos que ya no tengo. Una vida que no existe no elucubra. Podría elucubrar con las lagartijas de público. Entonces no cazarían insectos y tendría elucubraciones con picaduras. Prefiero que cada parte del ecosistema cumpla su función. La mía es sudar y comer pizza. El verano pasó de indolente a triste. El calor se siguió tragando el atardecer.
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