Sólo el metal puede calmar mi ira. Mi música de iglesia, mi refugio, las notas que me sostuvieron por cada día del pasado que me estrellé contra estas paredes, y sigo haciéndolo. La coraza de púas frente al exterior. Con fuerza, pasión y melodías. Death metal melódico. Mi órgano de Bach, mi clavicordio, enclavado entre hechuras de frío nórdico, de alba oscura, de imprecaciones a toda la mierda alrededor.
Death metal melódico donde la voz es un instrumento más, guturalmente hablando. Bella forma de comunicación entre iniciados del desvivir. A quién le importa lo que escucho. Ésa, mi bendición, mi libertad, nadie entrará en ella ni la compartirá, y allá iré adonde se gestó toda la locura, enteramente emancipado, sonriendo entre los desastres, pues yo sólo sufro, cerca o lejos, ante el frío del mar, que el mismo mar lo cura.
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