viernes, 1 de marzo de 2019

Zps

La percepción del voto recurrente al zapaterismo y a sus sucesores como una forma de irracionalismo fue un error. Se suponía que, aceptando el hecho de que su Gobierno provocó una crisis económica de magnitud colosal y consecuencias casi terminales, aquellos que a pesar de ello defendían el sentido de su voto y las simpatías políticas que conllevaba o en la actualidad conlleva sufrían algún tipo de cortocircuito cognitivo en esa cuestión, impidiéndoles ver sus amplias y evidentes implicaciones.
No obstante, el error era mío. No se trató de ningún irracionalismo, sino que yo mismo acudí al espejismo de la irracionalidad para comprender algo que no comprendía. Los que defendieron a Zapatero hasta el final están dispuestos a avalar las actuaciones de otro Gobierno que arrase el Estado y destruya la posibilidad de su gestión, incubando una nueva crisis de la que, con el presente nivel de deuda pública, jamás saldremos. Pero resulta que esas personas que convalidan con sus afectos electorales tales políticas no sufrieron personalmente las repercusiones de aquella crisis, ni quizá sufran la siguiente. Hay una capa de la clase media, de la clase media alta, que no se depauperó. Y, como la relación entre las clases sociales se calcula en términos relativos tanto como en términos absolutos, incluso obtuvieron ventajas en cuanto a su posición. Lo que significa que el zapaterismo es un voto de clase. Y que tirarán abajo otra vez la economía sin sufrir ninguna de las consecuencias de sus actos. Y que, por tanto, en vez de a unas elecciones nos convocan a la guerra.

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