Un imperialismo en regresión, profundamente amenazado por la Gran Revolución Panárabe, necesitaba de un prerrequisito para actuar en este escenario: que Gaddafi suprimiese brutalmente la rebelión de las masas populares, que cercenase su capacidad de tomar el poder de modo directo. Una vez desintegrada, parcialmente, la fuerza de los comités populares de la revolución de febrero, asentado el embrión de un Gobierno de Transición hegemonizado por ex-ministros del régimen dispuestos a una conciliación con el exterior (el plan de estos tiempos: benalismo sin Ben Ali, mubarakismo sin Mubarak, gaddafismo sin Gaddafi), es entonces cuando el imperialismo puede dedicarse a salvaguardar sus intereses fundamentales bajo un enfoque, aunque armado, esencialmente conservador.
¿Cuáles son estos intereses?
-Garantizar la continuidad o el reestablecimiento del suministro de materias primas energéticas.
-Controlar los flujos migratorios África-Europa.
-Bloquear la difusión a Argelia de la insurrección panárabe.
-Evitar un conflicto prolongado en un territorio estratégico sensible y consolidar un Gobierno estable no dirigido por el pueblo.
-Para EEUU, en su obsesión securitaria, eliminar a aproximadamente unos 300 supuestos militantes de Al Qaeda recientemente liberados por el régimen.
El imperialismo podría haber llegado a un acuerdo con Gaddafi para la continuación del statu quo que tan productivo ha sido para ambas partes a lo largo de la última década. No obstante, son conscientes de que un ejército mercenario de 15.000 hombres, sostenido únicamente por la familia gobernante y unas absolutamente declinantes alianzas tribales casi residuales, pueden ganar militarmente una guerra, pero no pueden dominar unas ciudades en las que los rebeldes, muy precariamente equipados, han mostrado una determinación mística a luchar casa por casa con tácticas de guerrilla urbana e incluso parecen continuar combatiendo en la arrasada Zawiyah.
Finalmente, las fantasmagóricas amenazas de Gaddafi (jugar con los contratos petrolíferos, propiciar migraciones masivas, atacar el tránsito marítimo en el Mediterráneo, financiar a Al Qaeda) no le han ayudado a reconstituir su relación de afinidad últimamente simbiótica con el imperialismo. A la comunidad internacional le gustan los tiranos y no le importa si se trata de chiflados megalómanos, siempre que sean efectivos, hagan buenos negocios y que no les inquieten demasiado. En caso contrario, la principal barrera para su recambio es el pueblo en armas. Pero el pueblo en armas ya no está: Gaddafi ya se ha ocupado de eso en su definitivo gran servicio a los poderes imperiales.
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