Ojalá tuviera una higuera. Le escribiría poemas cual Garcilaso. Me tumbaría bajo ella con cara de disgusto. Ojalá tuviese una higuera que fuese un hogar.
La televisión atruena reposiciones de series que tampoco me gustaron la primera vez. La sangre contiene exceso de glucosa. La vista sufre ante la claridad y la falta de ella. Gary Moore con su guitarra lenta, tocando notas depauperadas, en la tenue sonoridad de estos aparatos que no se construyeron para la música ni para cultivar la inteligencia y que han reemplazado a la lectura. Ya casi solo leo en los trenes. Si dejo un libro a medias, debo reemprenderlo en el siguiente viaje.
Me compré un ereader y ahí está paralizado ante la inmensidad de la literatura universal. Gary Moore murió en Estepona como un guiri. Retiro anónimo de uno de los más grandes, igual de anónimos que sus reiterativos y postreros discos de blues.
¿Estaré yo en mi Estepona espiritual, languideciendo y enfermando hasta mi hora?
Y si es así, ¿por qué carajo no tengo una higuera?
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