En una espiral incontrolable y sin sentido, además de engordar, escucho discos de hardcore gallego. Todo comenzó por el documental del death metal autóctono, que nos convenció de que un montón de bandas cuya virtud estaba en sonar mal tenían un sonido propio inigualable. Tampoco todas sonaban mal, he de decir, y en alguno de los casos se adaptaron al devenir dialéctico de los noventa -¿evolucionaron para mal?- o pusieron brevemente las bases de un death metal técnico continental no muy lejano al futuro progresivo.
Tangencial a esa escena, se encontraba el hardcore. Es curioso cómo presto atención a discos que no me interesaron en su momento sin que piense haber estado equivocado en que no me interesasen. ¿Viajaba el sonido entre Vigo, Coruña y Santiago o se incomunicaba? ¿Había influjo de la Meseta? ¿Si llegó el hardcore de los clásicos, por qué llegó tan tarde? ¿Le importaba a alguien que fuesen o quisiesen ser una comunidad?
El hardcore, en su reiteración, se agota pronto y toma otras direcciones. Debería haber un poso en todo lo que fue real. De ahí que rebusque entre demos, splits y EPs cochambrosos, para encontrar la relación oculta entre fenómenos más o menos valiosos que constituyeron una existencia sí valiosa, la nuestra, que se apaga sin narración posible.
Internet no narra a nadie. Do It Yourself implicaba hacer.
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