Cuando el sueño acecha, necesito que la percusión me marque el ritmo de no desfallecer, es por eso que me he aficionado al grindcore, a los discos de Bolt Thrower en los que la batería martillea a gusto.
Cuando muy a menudo a las horas en las que hay luz y obligaciones el espíritu decae, acudo como adolescente poco ducho al power metal, género al que había ignorado más allá de tres o cuatro clásicos.
Cuando las profundidades me arrastran, nado por ellas con la ayuda de metal extremo húngaro, biolorruso o feroés, esas lenguas poco dadas a comunicar con los extraños.
Hago nuevos amigos que tampoco me quieren, en este penar en el que escucho la lluvia y pongo música con cansancio y desdén, cansancio y desdén por el exterior que tampoco me espera.
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