Altos jerarcas de la Administración reflexionaban sobre el cambio de sistema de oposiciones. Los lugares comunes de siempre, no conseguir que entren los perfiles con las habilidades adecuadas, unidos a fustigar el aprendizaje memorístico. Un sistema farragoso, cuyo cambio no puede estar justificado en la adaptación a los millenials, su incapacidad para memorizar o su desprecio por la memoria.
El sistema de ingreso en la función pública, sospecho desde fuera como analista de la Administración, tenía varios defectos y una virtud. Los aspirantes se institucionalizaban, adoptaban los valores de la institución, a través de ese proceso de preparación, culminando en la entrada, que era un entrada en algo ajeno, tan ajeno como el abuso de memorización al que habían sido sometidos. Al memorizar, además, se hacía propio lo que era de otro. Y así es como en la cadena de la historia, se empezó a servir el interés público. Abandonando el interés de uno, que consistía en no memorizar temas inabarcables durante largo tiempo.
Si se adapta el proceso a los intereses de la generación desescolarizada que entra, la Administración se convertirá en un parque de juegos, como ya lo ha hecho la educación. Quizá tuvimos un concepto del trabajo demasiado férreo, demasiado unido a que el trabajo es propiedad de los trabajadores y debemos aferrarnos al trabajo. Ese concepto nos hizo trabajadores. Igual que otros procedimientos absurdos nos hicieron considerar que existía una realidad externa, la de la organización, más allá de nuestras apetencias e intereses.
Observamos lo que se va. No con nostalgia. Sino mirando lo que se pierde. A cambio, se podría ganar mucho pero no lo hará. Ni un ápice.
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