sábado, 15 de enero de 2011

SE CONFUNDEN

Estoy de acuerdo con Fraga cuando dice, en su intermitente lucidez, que el PP no es un partido de derecha y que no busca representar a los ricos. El PP es exactamente un partido del sistema como cualquier otro, que quiere que le voten todos o cuantos más mejor e intenta gobernar para los de siempre. Los que mantienen lo contrario son deudores del influjo de la neohegemonía discursiva que Zapatero intentó trasladar a la sociedad, con un significativo éxito de público hasta principios de 2010. Se trataba, con el paupérrimo, pobremente argumentado y patéticamente escrito libro de Latkoff "No Pienses en un Elefante" como obra de cabecera, de trasladar a la dinámica bipartidista del Estado Español los ejes de competencia política de los partidos demócrata y republicano en EEUU.
Los estadounidenses han tenido graves problemas históricos para identificar lo que era, en el siglo XX, la ideología. Esto no es una carencia, sino una peculiaridad; tampoco podían identificar lo que era un Estado, o lo que el resto del planeta entiende por un Estado. Por eso, durante la inundación de New Orleans, el Gobierno dio orden a sus habitantes de abandonar la ciudad... en sus vehículos privados, si los tenían, en lugar de organizar logísticamente la evacuación. O, durante el vertido de petróleo, ordenó a BP que solucionase el problema con sus propios medios, absteniéndose de cualquier intervención pública material y efectiva. En conclusión, los estadounidenses no podían saber lo que era un Estado en cuanto a su actuación política en su espacio de soberanía interior porque carecían de él. Y lo mismo sucedía con el concepto clásico de ideología, que aunque contase con una dimensión axiológica de la que se desprendía un proyecto de organización social, se visibilizaba en el plano comparativo (o, si se quiere, dialéctico), por ese motivo se desplazaba históricamente, pero se hacía comprensible a lo largo de un eje a pesar de sus discontinuidades y rupturas. Al no conseguir encontrar claves en el ámbito político partidista a partir de las que inferir un concepto de ideología, por ausencia de esa tensión dialéctica en la dinámica política ordinaria, los estadounidenses interpretan la ideología simplemente como votar a uno u otro partido. Así, votar demócrata o republicano o bien se transmitía familiarmente o bien se decidía en la fase de juventud, y esta identificación emocional solía estar dotada de una cierta estabilidad, al menos entre aquellos que se registran y votan, que no dejan de resultar una minoría de la población. Como las identificaciones emocionales no se sustentan en el vacío, a unos y otros se les adjudican determinados valores. Pero no se trata de valores ni ideológicos ni políticos, sino personales, prácticamente íntimos. Es decir, las personas tienen diferentes actitudes individuales ante la vida, pero no la vida pública, la organización de la sociedad, etc., sino ante su propia vida privada. En resumen, los votantes se identifican con un partido que les representa a ellos porque aparenta compartir sus actitudes a la hora de afrontar sus problemas cotidianos en su ámbito exclusivamente privado. Un ámbito privado, por otra parte, que es amplísimo, ya que el Estado apenas si existe, por lo que no estoy diciendo que sean votantes irracionales en absoluto, únicamente tienen pautas de elección difíciles de comprender para los foráneos.
George Latkoff, que cobra del Partido Demócrata (y, no hay que olvidarlo, uno de los dos politólogos de referencia de Zapatero), considera que el Partido Republicano representa a las personas que valoran el orden y la autoridad; mientras que con el Partido Demócrata se identifican aquellos que comparten un espíritu abierto, la tolerancia y el respeto, o algo así, porque ni siquiera es capaz de describirlo bien. Si cobrase del Partido Republicano, Latkoff (o su alter ego) posiblemente diría que el Partido Republicano representa a las personas corrientes y el Partido Demócrata a los elitistas snobs.
Orden y autoridad Vs. tolerancia, empero, no en cuanto a piedras angulares sobre los que los ciudadanos sustentan un pensamiento político y fundamentan el orden social en su conjunto, sino valores que guían sus relaciones familiares y que trasponen al ámbito político sin más. De la misma forma que los economistas hegemónicos consideran que administrar la economía de un Estado es idéntico a administrar la economía de una familia... Pues quizá sí, la política estadounidense se basa en los valores familiares para construir la gran familia americana, garantizar el american way of life y perseguir el sueño americano.
¿Cuál es la diferencia con la política europea? En el siglo XX, ésta se basaba en la competición política entre izquierda y derecha. Sin entrar ahora en su dimensión axiológica o lo que quiera que fuese, lo que importa a estos efectos es que los ciudadanos votaban o apoyaban a partidos de izquierda porque ellos eran de izquierda, y sobre todo, eran capaces de definir lo que era la izquierda.
[Considero que la izquierda europea ha desaparecido primero a efectos electorales, después a efectos políticos y finalmente incluso a nivel de pensamiento. Y no pretendo ni presentarme como el último (derradeiro) izquierdista, ni tampoco en el otro extremo negar que las ideologías de izquierda tengan algún sentido político o filosófico actual. Es una cuestión que ha dejado de importarme demasiado, si ya no puedo ser de izquierda no lo soy y a sobrevivir o a destruir el capitalismo por otro lado, según el estado de ánimo... -el punk es un estado de ánimo-].
La política europea, retomo, ha perdido la materialidad de la competencia electoral entre izquierda y derecha, pero al no haberla sustituido por cualquier otra dimensión, mantiene esos términos como eje estructurador discursivo. Los ciudadanos, cada vez más, en lugar de votar a partidos de izquierda porque ellos mismos se consideraban como políticamente de izquierdas, invirtieron la ecuación. Suponían que eran de izquierda porque votaban a partidos que decían que eran de izquierda, sin importar lo que esto quisiese decir. Los partidos institucionales, encantados de convertir la izquierda en un significante sin significado. Y un término, izquierda, que sobrevivía como vestigio de la era ideológica, del siglo XX. Después de todo, ser de izquierdas porque votan (o, ya, votaban) al PSOE (o más minoritariamente a IU) significa lo mismo que ser republicano porque votan al Partido Republicano, y ahí hablar de la izquierda o la derecha no aclara nada, sino que lo enturbia.
El proyecto estratégico de Zapatero desde 2004 se basó en lo anterior, en apuntalar una tendencia todavía incipiente para establecer una competición política basada en ejes emocionales. Con su particular entusiasmo, el PSOE desbordó esa identificación hasta atribuir al rival características absolutamente maniqueas. Y aquí, los votantes de la izquierda emocional se convirtieron en más irracionales que los del PP, dado que odiar a un Presidente y a un Gobierno tiene un aroma de hecho natural y casi iusnaturalista, en contraposición a odiar a unos políticos del PP que, estigmatizados en la oposición, pintaban más bien poco.
Pero el proyecto Zapatero tenía una segunda fase de americanización de la competencia electoral (y hasta una tercera). Había que resemantizar la izquierda. Y llegó la política del talante. Que no dejaba de ser idéntica a la propaganda bien pagada de Latkoff: espíritu abierto, tolerancia, blah blah blah. Tolerancia no social, sino personal, de Zapatero lui même y de su gabinete supuestamente de diseño (porque ellos hasta creían que eran glamourosos). Los rivales, por supuesto, definidos como fantasmas del pasado, enemigos de la modernidad y fuente de todo mal porque sí.
Como hasta 2010 algo había que hacer, aunque la agenda legislativa de la primera legislatura fue escasísima, encontraron su inspiración en el liberalismo político anglosajón, quizá en su segundo politólogo de referencia, el oscurísimo Philip Pettit, y en el Partido Demócrata, ya investido desde Bill Clinton como faro de la Internacional Socialista. Dado que se suponía que la izquierda del siglo XX algo tenía que ver con los derechos sociales, resemantizaron los derechos sociales. Y a lo que en EEUU se le ha llamado siempre derechos civiles, los rebautizaron como derechos sociales. Aquí hay incluso que defender muy tenuemente al Partido Demócrata, puesto que su reivindicación (en este caso retórica) de los derechos civiles tiene un fundamento histórico, la segregación racial, y una función electoral relevante.
Para Zapatero, los derechos civiles constituían el corolario de la cuestión del talante, es decir, una forma de marketing político. La definición de la política como talante, por lo demás, era una estupidez presidencial a la altura de su definición de la economía como un estado de ánimo (y solo hay que ver cómo están la política y la economía).
Hay que recordar que los derechos civiles no cuestan dinero, son derechos legales individuales, mientras que los derechos sociales se orientan al bienestar social, y sí, cuestan dinero y exigen una redistribución de la riqueza. Además, los derechos civiles de Zapatero y que éste llamaba sociales se dirigían a exiguas minorías, se limitaban a publicar algo, cualquier cosa, por cierto muy mal redactada, en el BOE (el BOE es gratis) y a partir de ahí crear imagen, buscar la polarización social y construir talante (o buscar los resquicios de la intolerancia del rival gratuitamente).
Volviendo finalmente al título: Se confunden. ¿Quiénes se confunden? Los que creen que el PSOE hace las políticas del PP. Los que se muestran prisioneros de esa resemantización política instaurada por Zapatero, que consciente o inconscientemente se han insertado en el campo de lo que desde 2004 se ha redefinido como izquierda, que se apresuran a otorgar actitudes individuales y no sociales a unos y otros, en fin, que perciben a los integrantes del PP como intrínsecamente perversos.
¿Y si en realidad los del PP son malos? Decía Mark Twain, creo, que "los malos descansan, los idiotas jamás". No me aventuro en la disquisición acerca de si los integrantes del actual Gobierno son malos o no, pero desde luego hay suficiente evidencia empírica de que son idiotas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te quiero, cabesa!

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