sábado, 30 de marzo de 2024

Destruir la definición de economía

El poder es de las palabras. Si la economía molesta, saquemos la economía, como en la Biblia se extirpaba el ojo. Para ello es semana santa, la lluvia anega las imágenes que no salen del templo y la cancelación se extiende sobre las preparaciones de todo el año. 

Los fenómenos destructivos parten de la fe o del negocio, o de la fe en el negocio, o del encubrimiento del crimen. Se decía que los proletarios no tienen nada que perder, pero es la clase dominante la que no tiene nada que perder, ya que el curso natural de las cosas lleva a la bancarrota y la derrota electoral colectiva de los títeres de la OTAN, que en estos tiempos se han configurado en una suerte de Gobiernos de ocupación, sufridos a modo de catástrofe natural. 

Si durante el breve reinado neoliberal, el poder económico actuaba como si se tratase de un fenómeno meteorológico en su ágora global sin muchas barreras, durante el actual no-neoliberalismo es el poder político el que se naturaliza, el que se aborda como una fuerza de la naturaleza que atenta contra nosotros y ante la que solo se puede esperar. 

Así pues, la clase dominante ha decidido destruir la definición de economía, aquella que se basa en la asignación de recursos escasos o finitos. El Occidente colectivo ha salido de lo que considera "la trampa de la finitud". Ya que no se puede asignar lo menguante, conservando la cabeza de aquel que ha operado el milagro de reducir los panes y los peces, hagamos como que es infinito. 

¿Y eso cómo se hace? Con la emergencia, la excepción y la guerra. Evitando el curso natural de las cosas en el que la clase dominante desaparece de escena. Haciéndonos desaparecer de escena a los demás.  

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