En nuestro caso 1, un grupo de profesores o académicos, como pomposamente prefiere llamárseles, dirigen una carta a una editorial para que elimine el lanzamiento de una colección sobre el colonialismo debido a problemas de enfoque. Se achaca al responsable de la colección, un profesor de Princeton, mantener una visión controvertida acerca del colonialismo, cercana a la defensa de sus pretendidos efectos positivos. El manifiesto o lista de firmantes que exigen su censura preventiva se encuentra encabezado por un profesor maoísta de Toronto.
En el caso 2, un grupo de profesores o académicos dirigen una carta criticando el programa de un seminario sobre el poscolonialismo en el Magreb llevado a cabo en una universidad de la Ivy League. Aquí, el carácter del grupo de firmantes es heterogéneo y sus pretensiones también. Puede interpretarse como una demanda análoga a la anterior, o como un acto de crítica legítima de carácter, digamos, subalterno, con todas las cautelas que estas categorías nos impelen a tomar.
En el caso 1, el profesor maoísta canadiense se impone a Princeton. El maoísta produce dentro del establishment, y arroja al establishment anterior fuera de él. El anticolonialismo banal, al margen del estudio de la sociedad, entra en el canon, pero lo hace de la mano de un grupo de profesionales sectarios enemigos de la libertad de expresión con prácticas excéntricas y poca sensibilidad ante los genocidios.
En el caso 2, por el contrario, hay que distinguir entre dos tipos de firmantes. El tipo 1 ataca a la Ivy League porque quiere acceder a impartir los seminarios de la Ivy League. Creen que se les excluye pese a detentar posiciones académicas en universidades europeas, exigen cuotas, etc. Consideran el seminario monolítico y colonialista. El tipo 2, sin embargo, considera el seminario de la universidad anticolonialista, y lo ataca por su falsedad. Desde una posición nativa, percibe como la enseñanza online y el achicamiento de las distancias siguen sin permitir hablar a los nativos. Acusan a los elitistas yanquis de suplantar el anticolonialismo, de reproducirlo desde posturas otras, de forma todavía más contundente puesto que su dominación será más incontestable que la del hombre blanco del XIX. No integra los debates lejanos sobre la raza en una sociedad determinada con la que poco tenemos que ver, sino que analiza los mecanismos de reproducción del poder, la fuerza y las ideas, aun de forma intuitiva. Quieren dar batalla por la propiedad del anticolonialismo, pero no la tienen articulada.
El caso Canadá Vs. Princeton fijaba un panorama en el que el anticolonialismo quedaba dentro del establishment. La carta de protesta de la intelligentsia tercermundista, emigrada a Europa o no, no es capaz de ponerlo fuera. Y su drama es que tiene al enemigo dentro de su coalición, tiene al enemigo dentro de sus firmantes. Y con más peso.
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