miércoles, 2 de septiembre de 2020

Golpes de batería, punzadas de un sinvivir

Iba a los conciertos de jazz porque únicamente había conciertos de jazz, que tenían lugar en un palacio de la ópera. Mis referentes, en lo que a percusión se refiere, estaban en Ian Paice, Keith Moon, Bonzo Bonham o Steven Adler. Mi concepto de virtusismo se deslizaba hacia Dave Lombardo, y si pensaba en un solo de batería, asomaba el del "Made in Japan", terco como una mula, asombroso como un prodigio. 

Por eso, cuando interrumpió en mi conciencia aquel batería, me quedé instalado en la incredulidad. Había incorporado el jazz como lenguaje gracias a Cifu, haciendo oído con sus programas, dejando fluir las escalas a partir del bebop. Aún así, me había centrado en el contrabajo del líder, Charlie Haden, el mítico hombre detrás de la comunista Liberation Music Orchestra y de un sinfín de clásicos más. Me había centrado en el saxo de Ernie Watts. La batería había pasado, sobria, un tanto desapercibida, hasta aquel solo. Diría que nunca había visto una cosa igual, pero la realidad es que tampoco veré una cosa igual y ya ni siquiera recuerdo el porqué de la impresión, sino la impresión en sí. La impresión y un nombre asociado a ella, Lawrence Marable. 

Pero ¿quién es Lawrence Marable? Ni idea entonces. El batería del Quartet West de Charlie Haden. Me lo encuentro ahora, décadas después, en un viejo disco de Dexter Gordon. Me llegan noticias de un increíble directo de Charlie Parker de 1952 en el que también está. Así como en alguna sesión de Chet Baker. ¿Qué pasó entre medias? La desaparición. 

La historia es más prosaica, pero no es prosaica. Con esas compañías, Lawrence Marable se diluyó por años en la adicción. Reapareció con Charlie Haden después de recuperarse, tras un prolongado hiato de media vida. El solo de batería que tanta conmoción me causó, eran los golpes de un hombre renacido.

No hay talento malgastado que no busque su esplendor. Lawrence cogió el esplendor por las solapas, en aquel palacio de la ópera de una ciudad de provincias, y le hizo experimentar todos los vaivenes, furias y derrotas que había conocido. También la redencíon. También la plenitud, aun tardía. 

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