Mi amor platónico era la chica de la pastelería. Los dulces de chocolate venían acompañados de una sonrisa capaz de levantar todas las capas de niebla de cualquier tarde hostil. Daba por hecho que allí estaría, regalándome a turnos su presencia en mi lugar favorito de la ciudad. Se ha ido.
Ya ni siquiera me interesa el chocolate.
Tiempo de hacer reformas y de salir corriendo.
Dejen de arrebatarme la necesidad de azúcar y dignidad.
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