El único límite a la opresión del Gobierno es la fuerza con la que el pueblo se muestra capaz de oponérsele.
Cuando el pueblo acata dócilmente la ley, o sus protestas son poco convincentes y se reducen a meras palabras, el Gobierno proyecta sus propios intereses e ignora las necesidades de la gente. Cuando las protestas son enérgicas, insistentes, amenazantes, el Gobierno, dependiendo de si es más o menos comprensivo, se hunde o recurre a la represión.
Si el Gobierno se hunde, el pueblo ganará confianza y aumentará sus demandas hasta el momento en que la incompatibilidad entre la libertad y la autoridad sea evidente. Y si el Gobierno no se hunde, el pueblo terminará rebelándose".
(Enrico Malatesta, 1920)