viernes, 7 de junio de 2024

El último vals de la ciudad

Desempolvo el primer disco de Cinderella, una banda de la que siempre se ha dicho que es muy especial, con fans devotos y un historial impecable. Nunca he conseguido conectar con su discografía más laureada, aquella que los hizo destacar en el hard rock de raigambre más clásica, sino con este primer disco, sleazy por los cuatro costados, sin depurar, sin elevar, callejero y angelino para arrastrarnos, felices y desenfadados, por el asfalto caliente y carente de preocupaciones. 

No me molestan ciertos aspectos desactualizados del sonido, de este 1986 perpetuado. Sí me interrogo por qué, por más que muchas de aquellas bandas volviesen a estar en activo, reemplazando a sus integrantes caídos, ninguna de ellas lograse mantener el sonido originario. En cuánto, todo ello, es hijo de un tiempo y un lugar, como el materialismo sónico nos dicta. No reproducible. 

Ni siquiera las bandas que suenan mejor después, como predica el consenso acerca de Cinderella y podremos decir de algunos más que abandonaron la laca para bien, serían capaces de repetirlo. Hablamos de materia, tiempo y lugar, pero podríamos hablar de milagro. El mismo milagro que nos guía cada vez que volvemos a alguno de esos discos, que nos trae una sonrisa con todas sus imperfecciones, alzar los brazos y hacer los coros, sin importar si alguien mira. 

No hay comentarios: