Durante la mayor parte de los días de la semana apenas hablo o no lo hago en absoluto. Un par de veces al mes, cuando los supervivientes geográficos de los tiempos en que vivíamos como jinetes del apocalipsis nos reunimos, entonces sí, hay un entorno teórico que permite crear libremente, en el que no importan las restricciones sociales. En pocas ocasiones alcanzo a crear, a imaginar vínculos antropológicos en el Paleolítico compartiendo zumo de bayas, pero la línea que oscila entre la experiencia fallida y el ridículo me basta. Lo que cuenta, ese espacio en el que poder estar.
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Son las cuatro de la mañana. Vuelvo largamente a casa.
Más tarde llega el blues. El blues profundo.
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