"Yo no le hablo y él no me contesta, pero conversamos"
(Evaristo Páramos)
Materialismo dialéctico y rock n´roll
Durante la primera semana, la propia existencia del Estado cayó. Cayó, como se verá, por voluntad propia. No hubo que perseguir la desobediencia porque, dentro del Estado, nadie desobedeció. Del gran terror hobbesiano vivido, de la orgía de necropoder desatado, quizá la muerte de la esperanza de desobedecer fuese uno de los terrores mayores.
Si, durante la pandemia, la interdicción de salir y la represión estatal hizo que la energía social no pudiese desplegarse, aquí sí se desplegó, reapropiándose de lemas pseudosindicales a menudo vacíos como "Solo el pueblo salva al pueblo". Por cierto, en ese amplio pueblo, nadie vio a los sindicatos. Desgraciadamente, el Gobierno dijo que ser voluntario significaba ser de extrema derecha, orientando sus esfuerzos, estos sí coordinados, a perseguir a los voluntarios y a obstaculizar su actuación.
Nunca olvidaremos que Españabola envió mil toneladas de ayuda en cientos de camiones, que Iker Jiménez llegó antes que ningún rescatista, que los youtubers pisaron barro mientras la izquierda se ahogaba en tuits furiosos sobre el relato. Sigan hablando del relato, que nos volveremos más nazis que Varg Vikernes si de eso se trata. Aunque, en el fondo, cada uno habla de su profesión, y su profesión es crear relato, fábulas sobre el rey vestido y el buen gobierno.
Al quinto día, hubo un palo que salió a relucir. No se sabe si palo o pala, puesto que no atizó de lleno en su destino. Ante la amenaza de colapso narrativo, se impuso un cambio de guión. A la segunda semana el Estado ya existía para algo más que prohibir y asegurar la catástrofe. Montaba platós, se dejaba ver cuando había cámaras y expulsaba del territorio y del centro de la desgracia a otros actores sociales autoorganizados. En las catástrofes pasan cosas, en los terremotos se fundan partidos y se juegan hegemonías, pero aquí ya tuvimos sobredosis de partidos y los que citaban a Gramsci como coartada andan sobradamente desprestigiados.
Espeluzna pensar que el Estado, aun incapaz y corrupto, se enciende y se apaga según se le da a un botón. Nosotros sobramos como decorado, la sentencia está dictada. Apenas queda tiempo, unas semanas, unos pocos meses, para tratar de arrebatarle el botón.
Me gustaría aportar un rayo de optimismo sobre ello. Enterrar el botón y no los cadáveres. Pero no enterraremos ninguno de los dos. La posmodernidad se ocupa de que los cadáveres no estén en su sitio ni tengan cristiana sepultura. Los cadáveres no aparecerán. La autocracia seguirá su curso, achicando población y oposición, en vez de achicar agua.
Hay un misterio mental, no obstante, sin desvelar. El poder retomó el control un lunes después de un puente. Necesitamos hacer la revolución un día festivo.